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“Drive my Car”, o cómo volver a los años en los que fuimos felices

Desde su presentación en el Festival de Cannes en el 2021, la cinta “Drive my Car”, del director japonés  Ryūsuke Hamaguchi, fue premiada en tres categorías, incluyendo mejor guión; por lo cual, era de esperarse su fuerte presencia en la edición de los premios Oscar 2022. 

POR: ELBA MENDOZA

Sobre si es una buena adaptación o no del cuento de Haruki Murakami, se sabe de antemano que habrá una discusión acalorada entre los fans del autor; ya que la situación fue similar en la adaptación  de “Burning” (2018) del director Lee Chang-dong y con “Norwegian Wood” (2010), del director Tran Anh Hung. No obstante, de qué estamos hablando en realidad y de qué trata la historia original.

Empezaremos con la afirmación de que no es la primera vez que Haruki Murakami se inspira en temas de The Beatles para la creación de su obra, así ha sido tanto en cuentos breves como en novelas. La más famosa, por su puesto, es la novela “Norwegian Wood”, publicada en 1987 en Japón y traducida al español como “Tokio blues” por la casa editorial Tusquets. También están los cuentos “Honey Pie”, “Yesterday” y, el protagonista de hoy, “Drive my Car”; estos dos últimos están contenidos en el cuentario “Hombres sin mujeres”, publicado en español en 2014. Esto, claro, sin mencionar la innumerable cantidad de referencias que el autor hace a The Beatles a lo largo de toda su obra. 

Las razones pueden ser muchas y desconocidas, pero una ellas es acaso el hecho de que, en sus años de adolescencia, el cierre de los 60 y principios de los 70, en las revueltas estudiantiles, la ola cultural inglesa, el rock, el blues y la liberación juvenil, la música de The Beatles sonorizó gran parte de la juventud de Murakami. A diferencia de otros autores de la posguerra, nacidos en la sangre y en los escombros de una guerra violenta, Murakami nació acompañado del supuesto esplendor que sucedió a la primera década de la posguerra, es decir, el milagro económico, el esplendor del consumismo, las modan garu, las minifaldas, el estilo completamente occidental, las traducciones de grandes obras como “El gran Gatsby” y un Japón que había resurgido de las cenizas atómicas. Un reflejo de este nuevo Japón es Murakami y obras como “Norwegian Wood”, que desde el título nos anuncia a un autor cosmopolita alejado, en apariencia, de tradiciones literarias como las que marcaron Yasunari Kawabata o Yukio Mishima. 

Dentro de la obra de Murakami, como en la de otros autores, hay una marcada diferencia de contenido, temáticas, e incluso es perceptible una evolución en cuanto al estilo de escritura y compromiso social. “Drive my Car” forma parte de la producción en la que Murakami escribía con mucha más conciencia de lo que significa ser un autor mundialmente famoso; es decir, se trata de un cuento cuyo hilo conductor es la memoria, el peso de ésta en el corazón y las consecuencias de vivir con el alma llena de recuerdos, temas que se perciben tras una lectura bien enfocada y, sobre todo, paciente.

En el cuento vemos a un actor de teatro de mediana edad, Kafuku, que no puede conducir a causa de una deficiencia visual y cierto accidente provocado por exceso de copas; por lo cual, busca a un conductor que lo lleve a sus ensayos en el teatro y así poder practicar sus diálogos a salvo en las manos de un experimentado chofer. Un viejo amigo, dueño del taller al que lleva a reparar su auto después del accidente, le presenta a una chica de pocas palabras y aspecto rudo, joven y muy parca en cuanto a maneras sociales; Misaki Watari. 

Kafuku, al ser consciente de que su posible chofer es una mujer, tiene ciertas reservas que relaciona con la tensión que, invariablemente y según su percepción, sienten las mujeres, y él mismo, cuando están al volante. No obstante, una vez que Misaki coloca los espejos a su altura, se pone sus gafas y entorna los ojos en el camino, Kafuku olvida los prejuicios ante la pericia de la conductora, quien además de ser muy joven, se vuelve más amable y liviana cuando está frente al volante. 

Problemas de género aparte, la aparición de Misaki revuelve las profundidades de la memoria de Kafuku; los últimos años de la vida de su esposa y el hecho de que ésta, en sus 20 años de matrimonio, se acostó, al menos, con cuatro hombres. En los ires y venires al teatro, a casa de Kafuku, y otros destinos ignotos, ambos personajes distienden su comodidad a fuerza de viajar juntos. Poco a poco abren sus corazones hasta que llegamos al centro de sus vidas, ese lugar en el que nació la persona que actualmente se presenta al mundo. 

Es así que conocemos la historia de Kafuku y Misaki, y es justamente esta parte del cuento a la que mayor provecho le saca el director de la adaptación. Kafuku y su esposo tuvieron una hija que vivió días tan sólo y que, de estar viva, tendría la misma edad que Misaki. Igualmente, sabemos que, a partir de entonces, la esposa de Kafuku empieza a tener esporádicas aventuras con los coprotagonistas de las películas en las que trabaja. Al final de su última aventura es diagnosticada con cáncer de útero en etapa terminal. 

Según el sincero relato que Kafuku cuenta a Misaki, se encontró con Takatsuki, el último amante de su esposa, por mera casualidad después de la muerte de su esposa, y un instinto desconocido lo llevó a iniciar una especie de amistad entre ambos; las razones de ello nos pueden ser tan desconcertantes como familiares. Quienes han estado en esa dolorosa situación no negarán esa absurda y poderosa necesidad de saber quién es ese otro u otra, a qué huele, cómo camina, cómo habla, cómo piensa, cómo sonríe; qué es lo que poseen que nosotros no, qué dieron ellos que nosotros no. 

De tal manera, un par de veces al mes Kafuku se sienta frente al amante de su esposa para descubrir lo que se cifra en él y usarlo en su contra. En cada encuentro hace su mejor actuación como compañero de copas y consejero mientras ve, claramente, cómo aquel hombre amó a su esposa profundamente, y cómo, al estrecharse la mano al despedirse, reverbera en su piel el tacto de esa mano ajena que, sabrá el cielo cuántas noches, poseyó el cuerpo de su esposa. 

Por otra parte, aunque Misaki interpreta el papel de oyente, su historia de vida es tan triste como sentarte una noche con el amante de tu esposa muerta: una niñez en un pueblo remoto al norte de Japón, en el frío Hokkaido, una madre alcohólica y un padre ausente. Ambos personajes cargan una profunda herida en el corazón y un monólogo que jamás pudieron externar. Un río de memorias que desemboca en los asientos del auto que Misaki conduce y en el que Kafuku viaja como copiloto mientras recita una y otra vez los diálogos de “El tío Vanya”, de Antón Chejov.

Ahora bien, por qué una cinta como ésta, con un clímax tan lento y poco perceptible, tan oriental, por así decirlo, está nominada a los premios Oscar. Sólo queda especular y augurar lo mejor para el cine a nivel internacional. No es el primer año que los mayores reconocimientos se los lleva una película extranjera, aunque sí es la primera vez para Japón. Acaso signifique una nueva era en el séptimo arte, una en que los efectos especiales o las grandes producciones sean, además, juzgadas por el contenido que aportan. Pareciera que “Drive My Car” no es más que una historia larga y lenta, pero lo que enfrentamos es una faceta clara y significativa de la cultura japonesa, pero no aquella que solemos tener en mente, llena de katanas, geishas y guerreros samurái, sino un Japón actual, lleno de dudas, rencores, miedos y obsesiones, un Japón en el que se escucha “Drive my Car” en la autopista metropolitana de Tokio.